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jueves, 23 de febrero de 2012

Venezuela en el Contexto Hispanoamericano

HISPANOAMÉRICA

Hispanoamérica, América hispana o América española es una región cultural integrada por los estados americanos de habla hispana. Su gentilicio es «hispanoamericano».
Se trata de un territorio integrado por 19 países que suman una población total de 375 millones de habitantes. En todos ellos el español es el idioma oficial o cooficial, sin perjuicio de la existencia de comunidades, principalmente indígenas, que hablan su lengua propia, a veces de manera exclusiva.
Algunos otros idiomas hablados en Hispanoamérica son el guaraní, aymara, quechua, náhuatl, maya, wayúu y el mapudungún.
El término debe distinguirse de América Latina, que incluye a las naciones de habla española, portuguesa y francesa, que son lenguas romances, y de Iberoamérica, que incluye a las naciones americanas que se independizaron de España y Portugal, o sea Hispanoamérica más Brasil.
Según el Diccionario panhispánico de dudas, Hispanoamérica es «el conjunto de países americanos de lengua española. [...] Su gentilicio, “hispanoamericano”, se refiere estrictamente a lo perteneciente o relativo a la América española y no incluye, por tanto, lo perteneciente o relativo a España».
Sobre el caso particular de Puerto Rico existen diferencias de criterio, porque mientras algunos no lo incluyen en la región, debido a que integra Estados Unidos, un país de habla inglesa, otros consideran que su condición de estado libre asociado es asimilable a la noción de «país».

LA UNIDAD DE LOS PUEBLOS DE HISPANOAMÉRICA

Estudiando nuestra rica y hermosa historia, he comprobado siempre y he creído en una América de habla hispana unida en elementos culturales, geopolíticos y religiosos. Partiendo de la base de los siguientes puntos.
La unidad cultural por herencia de los elementos visigodos y árabes presentes en la cultura de nuestra madre patria, en varios de mis viajes he comprobado que esta herencia está presente en todos los ámbitos de nuestra cultura, caminando por las zonas coloniales y observando su arquitectura varias veces he pensado que estaba en Marruecos y no en Bolivia, Perú o nuestra amada Argentina, muchos nacionalistas a veces entramos en peleas estúpidas y sin sentido entre hermanos, por ejemplo que argentinos vean como sus enemigos a los chilenos, o que bolivianos vean como enemigos a peruanos y otras tantas peleas similares, así como también dentro del pensamiento nacional hay mucho fanatismo católico, pero no veo a las diversas formas espirituales como una barrera, si no que siempre he creído en la unidad metafísica de las formas espirituales (obviamente no las satánicas).
La herencia de las 3 civilizaciones tradicionales como lo son los Mayas, Aztecas e Incas, cuya organización era la típica de todo pueblo Solar y tradicional, Jerárquico pero socialmente equitativo, siendo los valores del intelecto y espirituales los que rigen a la sociedad y no el valor del Dios Oro, o Dios Dólar.
Muchas veces se nos ha enseñado a despreciar a nuestra madre patria haciéndola culpable de grandes matanzas, pues no se trata de ciego romanticismo hacia la herencia española puesto que si han sido culpables y hasta fue una catástrofe para nuestra cultura la destrucción de las civilizaciones tradicionales, por una monarquía pseudojudia y materialista como los Habsburgo.
Partiendo de esta unidad cultural, y de la herencia étnica común desde tierra del fuego hasta el Aztlán, es decir siempre presente el elemento hispano en la sangre, y la herencia indígena de las 3 civilizaciones tradicionales de América.
El elemento religioso en nuestra América es mayoritariamente Católico, pero siempre las comunidades Islámicas han sido muy importantes en todos los países, así como se observa en la arquitectura colonial española (casualmente llegada a España y el Nuevo Mundo por los musulmanes).
Aprendiendo también de otras doctrinas nacionales (panturquismo, paniranismo) se debe llegar a un frente de unidad de defensa de la tradición y la religión como valores primordiales, así como también una postura de Nacionalismo Económico y Cultural de cada nación de Hispano-América, para una restauración y la restitución de nuestros territorios robados por nuestros enemigos anglosajones, desde ya materialistas en inmorales.
Por eso como una vez dijo el General Unidos o Dominados, como nunca estuvimos unidos apareció el elemento marxista a crear guerrillas y el capitalismo inmundo que pone precio al ser humano.
Hace falta recordar que la lucha por una buena causa siempre hay que luchar, el movimiento cristero mexicano tiene un lema, por Dios, por la Patria y por la Familia, recuperemos nuestra libertad financiera y espiritual, recuperemos nuestros valores ya perdidos.
Siempre es lícito recordar el martirio del Imán Hussein y la gesta heroica de los héroes de la vuelta de Obligado.
Me preguntaran que tiene que ver el Imán Hussein con la vuelta de Obligado, hay ejemplos que siempre son dignos del recuerdo, y demuestran la valentía y rectitud de grandes héroes para luchar por la buena causa.
El tema de la unidad lingüística hispanoamericana ha sido motivo de múltiples consideraciones que van desde las preocupadas observaciones de Bello, las pesimistas profecías de Cuervo, las delirantes proposiciones de los “idiomas nacionales” - una prueba fehaciente de la intromisión de los poderes coloniales en los ámbitos lingüísticos y culturales en general - las prédicas moderadas o no de estudiosos y pensadores como Unamuno o Menéndez Pidal, hasta  esa especie de “estado del arte” que se hizo en 1963 en Madrid, en la Asamblea de Filología del Primer Congreso de Instituciones Hispánicas. En sus Actas, muy bien tituladas Presente y Futuro de la Lengua Española, se recoge  el sentir unánime de los más prestigiosos investigadores españoles e hispano-americanos, acerca de la irreversible unidad de nuestra lengua tanto en general como en nuestro ámbito continental, en particular y los alcances de ese proceso, en especial cómo puede ser definido y abordado.
Casi 40 años después, parece que ningún factor conspira contra la misma, por el contrario, se podrían enumerar algunos que buscan profundizarla como son, por ejemplo, los señalados por Montes (1995):
- acrecentamiento de contactos interpersonales a través de los cada vez más desarrollados medios de comunicación y de las múltiples posibilidades de reunión: académicas, políticas, económicas, deportivas, culturales y turísticas;
- esfuerzos evidentes hacia la integración en sus varias facetas; como las diversas cumbres y la acción de algunos organismos multilaterales;
- esfuerzos deliberados para mantener esa unidad, como por ejemplo, los realizados por las Academias.
A ellos agregamos otros que estimamos importantes:
- las migraciones internas, es decir, los traslados entre regiones y entre países de la región - fundamentalmente por razones económicas -, que han significado ampliar la base de contactos entre los diversos pueblos hispanohablantes: se ha calculado que entre el 20 y el 40 % de la población de cada nación está fuera de su país o es de otro país hispanohablante;
- la profundización en el conocimiento científico de nuestras variedades lo que ha significado la determinación de las diferencias existentes entre dialectos, con lo cual la base para los juicios y las previsiones se ha podido precisar más.
- Los cambios políticos e ideológicos que se han sucedido en los últimos años así como los nuevos enfoques que se le han dado a algunas disciplinas e investigaciones en el área.
- Por último, los múltiples argumentos que un foro de connotados investigadores recogiera recientemente y que fueran publicadas en el ejemplar augural de esta misma revista electrónica.
Pareciera ocioso referirse nuevamente al tema, pero entendemos que  podría replantearse en una esfera diferente a la habitual, analizando algunos factores que están vinculados con la problemática de la unidad lingüística hispanoamericana en el marco, por una parte, de la lingüística aplicada a la enseñanza de la lengua, y por otra, de la planificación lingüística.
La unidad lingüística pasa, como nudo fundamental, por los esfuerzos realizados en el campo de la enseñanza de la lengua materna, tema que ha preocupado a investigadores en todos los países hispanoamericanos en las últimas décadas y, especialmente, a partir de la utilización de los modelos teóricos de la lingüística aplicada. Se ha ido estableciendo una base metodológica que ha desarrollado aspectos fundamentales para desterrar algunos usos pedagógicos que trababan, y traban, esos procesos.
En tal sentido, se han superado algunos mitos - en los términos que usó el investigador chileno Claudio Wagner. Se modificó así, el rol del modelo académico que pasó de su tradicional papel prescriptivo, al de orientación y coordinación, más vinculado con la realidad demográfica y cultural. En este aspecto, la integración como Individuos de Número en las diversas Academias, de docentes e investigadores de nivel es un aspecto a destacar. Así tenemos en Venezuela los casos de la Dra. María Josefina Tejera, lexicógrafa, del Prof. Luis Quiroga, lingüística aplicada, la Prof. Minelia de Ledezma, investigadora del español de Venezuela y de la enseñanza de la lengua, José Adames, semantista y Josefina de Ovalles, investigadora en el campo de la lectura.  No obstante, debe señalarse que reductos fuertemente conservadores, dentro y fuera de las Academias, todavía intentan mediatizar estos progresos.
Por otra parte, se han vencido prejuicios eurocentristas que señalaban que en nuestros países se habla un “mal español”, “una forma espúrea de la lengua cervantina”, para decirlo en términos de uno de los llamados por Rosenblat “académicos de látigo”: ya la ciencia del lenguaje ha probado que cada variedad es funcional a la comunidad que la usa y que no hay mejores ni peores, sino, en cada grupo, región o país, hablantes más o menos competentes.
Fundamentalmente,  se está suscitando un cambio en la filosofía de la enseñanza, propuesto por algunos autores, como Ángel Rosenblat quien escribía en 1964: "Yo pediría que los maestros y maestras de Venezuela olvidaran toda su gramática [...] y se dediquen a enseñar el idioma, a desarrollar el hábito de lectura correcta y animada, a leer mucho y con entusiasmo, a escribir bien, a hablar bien",  y que Iraset Páez* en 1981, sintetizara: "...consideramos una pedagogía basada en la perspectiva del habla, en la que se busca propiciar el desarrollo del individuo hablante como usuario efectivo de la lengua". Esto implica un enfoque comunicativo que da prioridad al desarrollo de la competencia comunicativa: más allá de la competencia lingüística y las que con ella se relacionan, se da prioridad a una competencia social, cultural, en fin, en términos de Kerbrat-Orecchioni, la “competencia enciclopédica”, esa reserva de información que, en el contexto, va más allá de los enunciados y que enriquece, en forma insospechable, la interacción comunicativa. En última instancia, repitiendo a Páez, “enseñar la lengua materna es enseñar a comunicar. Y enseñar a comunicar es enseñar a actuar lingüísticamente de manera satisfactoria para un colocutor y/o un espectador, en función de una meta y en adecuación a un contexto social determinado”.
Este cambio profundo se complementa con la determinación de las variedades formales locales como objeto de la enseñanza de la lengua en cada país de América, y su correspondiente codificación. Como expresa Obregón** (1983) “El código formal se usa en las situaciones formales (orales y escritas) y posee características propias: es más elaborado, analítico y supradialectal. Su dominio da acceso al habla literaria y científica, y a nuevas relaciones y situaciones sociales.”(:51).  Podríamos preguntarnos si este criterio no implicaría una fuerte presión disgregadora. Pensamos que no, por el contrario, la educación así concebida facilita la unidad que no significa, subrayamos, uniformidad. En efecto, como el mismo Obregón expresara “La adquisición de este código enriquece notablemente el habla de los educandos, y permite el desarrollo del conocimiento instrumental de la lengua materna ilimitadamente” (ídem). El conocimiento de la norma formal local, válida para algunos usos, valoriza la norma coloquial con que el niño llega a la escuela, norma válida para otros usos, y al mejorar su autopercepción como usuario de esas variedades, se identificará mejor con su grupo: el respeto a sus formas lingüísticas lleva implícito el reconocimiento y el respeto a otras variedades, y a las culturas con ellas asociadas, y esa ampliación del conocimiento sobre todo instrumental, facilitará la intercomprensión mutua, base fundamental de la unidad: es decir que, el mejor conocimiento de la variedad formal y el respeto a la variedad coloquial, implícitos en un nuevo enfoque educativo, trae como consecuencia la posibilidad de una identificación, en primera instancia, con esa unidad supradialectal  que es la comunidad hispanoamericana, y en segunda instancia, con la unidad supradialectal mayor, que es la comunidad  hispánica.
Sin embargo este proceso enfrenta graves dificultades y fuertes enemigos. Por una parte, las ya citadas fuerzas conservadoras que predican la sujeción a modelos peninsulares con el falso argumento de la calidad del lenguaje y de la unidad de la lengua: la misma realidad social y lingüística los ha desmentido. Por otra, la acción de los sectores dominantes: la enseñanza de la lengua es un problema crucial, que nos interesa a todos, pero de diferente manera. Como señala Auerbach (1991) es un problema ideológico, más aún, "La alfabetización, al igual que la educación en general, es un acto político. No es neutro (...) Revelar la realidad social para transformarla, o disimularla para conservarla, son actos políticos" (UNESCO, Coloquio de Persépolis, 1975 citado por Limage, 1990, p. 18).  A los detentores del poder, les interesa mediatizarla y conducirla dentro de los marcos del manejo del poder y de la información: un pueblo educado y con eficiente manejo de su competencia comunicativa es un pueblo crítico, por ende, peligroso y que no garantiza el mantenimiento de su dominio; por ello, todos los planes y proyectos son desarrollados en la dirección que les conviene, con el habitual gatopardismo lampeduzziano de cambiar algo para que todo siga igual. A los que nos interesa sinceramente el cambio basado en la educación, el único posible, la realidad nos obliga a trazar caminos urgentemente, caminos basados en la unidad y el respeto a la identidad y la variedad. Como escribió Iraset Páez “Continuar con los puntos de vista actuales [comunes a todas nuestras sociedades] sobre la enseñanza de la lengua nacional significa continuar con la inefectividad de esta enseñanza, el descenso del nivel educativo de nuestros bachilleres, la elitización de la cultura nacional, el disfuncionamiento democrático, el subdesarrollo lingüístico”.
En Venezuela, como en el resto de nuestro continente, hay una importante bibliografía y hemerografía en esta dirección, como los ya citados trabajos de Rosenblat, Obregón y Páez y de muchos investigadores y docentes de diversos niveles que también se presentan en reuniones anuales, jornadas o simposios. Debe destacarse la labor desplegada por Organizaciones No Gubernamentales como la Red Latinoamericana de Alfabetización - Capítulo Venezuela, el Banco del Libro y Fundalectura o por Asociaciones profesionales como ASOVELE.  Pese a la imprescindible necesidad de cambiar sus currículos, no puede omitirse la actividad formadora de recursos humanos en pregrado, posgrado y profesionalización de los Institutos Pedagógicos y otras universidades, o de los Institutos y Centros de Investigación (como el Instituto de Filología de la Universidad Central, el Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias Andrés Bello del Instituto Pedagógico de Caracas). El conjunto constituye un panorama que, pese a la lentitud de los logros, puede abrir cuotas a una moderada esperanza.
Señalábamos al principios que la otra vertiente la constituye la acción planificadora, es decir, la transformación del mero hecho lingüístico, en un hecho político, de política lingüística, ya que el mantenimiento de esa unidad, o su consolidación, es evidentemente, un hecho de planificación lingüística nacional e internacional, en el que actúen todos los interesados.
La Planificación lingüística, disciplina de desarrollo relativamente reciente,  al principio fue definida   desde un punto de vista normativo como la sección de la lingüística dedicada a la  elaboración de modelos (diccionario, ortografía, gramática) orientados a guiar  a los usuarios  dentro de "una comunidad de habla no homogénea” y cuyo objetivo era "encontrarle solución  a un problema" vinculado con la estandarización de la lengua o sus variantes locales  y  su aplicación a los procesos educativos.  Evaluaba el cambio lingüístico, dejando de lado conceptos exclusivamente lingüísticos (y/o estéticos) para asumir una visión más amplia y multidisciplinaria. En la actualidad, en el plano nacional o regional, se ocupa de la planificación de las consecuencias de los cambios lingüísticos, o de los cambios en la organización socio-educativa que se deben introducir o evaluar para la solución de problemas originados por la inserción de una lengua en un contexto social determinado.
Esta planificación de carácter regional o nacional, más que ocuparse de temas puntuales, tiene como objetivos los procesos internos, como, por ejemplo, promover la integración de las minorías. En primer lugar está la integración de nuestros pueblos indígenas: superada ya la visión pesimista acerca de la desaparición de sus lenguas, queda todavía el largo y doloroso proceso de su marginación, explotación y genocidio implícito. Debemos expresar que acuerdos como el de Estocolmo para las mayorías guatemaltecas o las decisiones de la Cumbre de Santa Cruz, podrían mejorar esa situación, en caso de ser cumplidos. Es evidente que, en el marco planificatorio al que hacemos referencia,  debe incluirse  una revisión del estatus de sus lenguas y de la  alfabetización, con o sin castellanización, consolidando procesos como el que está teniendo lugar en Venezuela donde han sido reconocidas como lenguas oficiales en sus zonas de influencia.
En segundo lugar se cuenta la integración de otros grupos minoritarios, como los deficientes auditivos, cuya primera lengua es la lengua de sordos y, finalmente, las migraciones no hispanohablantes que, aunque han disminuido en función de la crisis económica, con otras características y con otras procedencias, todavía son cuantitativamente considerables. El respeto al multilingüismo policultural que caracteriza a nuestra comunidad histórica, reforzará el papel de lengua de comunicación regional que, aunque con muchos errores, ha asumido el español.
Pero también, la realidad ha convertido al continente mestizo en un conjunto de países cuyos problemas comunes permiten, u obligan, una planificación internacional conjunta. Esta sub-disciplina, la Planificación lingüística Internacional, se define como la acción mancomunada de dos o más países, en forma bi o multilateral o a través de organismos internacionales, orientada a solventar problemas de comunicación entre sus pueblos y/o individuos, originados por migraciones (voluntarias u obligadas), turismo, negocios, estudios u otras. La Unión Europea nos brinda ejemplos muy claros.
En esta dirección, debe atender dos procesos integrativos. Uno es el de los países no hispanohablantes de la región: Brasil y el Caribe no Hispánico. Brasil está viviendo un momento histórico, tanto desde el punto de vista lingüístico y cultural como educativo que merece el apoyo de todos quienes hemos venido trabajando en la integración intercultural y multilingüistica. El Caribe No Hispánico, por su parte, constituye, como ha sido definido alguna vez, un conjunto de islotes que navegan en un mar mediterráneo hispánico, fundamental en estrategia y economía para ambas partes y que, por la herencia colonial se ha mantenido de espaldas, igual que lo estuvieron en épocas pretéritas de dominios europeos. En la misma forma que vimos en el interior de nuestra comunidad, el español podría funcionar, con notorias ventajas, como una lengua de comunicación, incluso desetnizada como proponen algunos autores, no imponiéndose sino compartiendo roles en un marco de poblaciones multilingües similar al que, con tanto éxito, está desarrollando el Consejo de Europa, organismo cultural de la Comunidad.
El segundo aspecto se refiere a esa nación hispanoamericana olvidada y que cuantitativamente y cualitativamente está pasando a ocupar lugares fundamentales. Nos referimos a la Hispanoamérica del exilio, que por razones principalmente económicas pero también políticas, vive en países de otras lenguas. Más de 50 millones, en cantidad sólo superados por México, desde profesionales a mano de obra no calificada, la mayoría en la edad de mayor productividad o de mayor potencialidad  se encuentran fuera de sus países, fuera del mundo hispánico. Es tarea prioritaria trabajar por el rescate del español como lengua materna en países de otras lenguas, por ejemplo, en Europa, Australia, Estados Unidos y otros con inmigración hispanoamericana. Esta labor de difusión y promoción en las zonas no hispanohablantes, no debe olvidar la realidad económica y demográfica continental que tiene no sólo sus reflejos lingüísticos directos, sino también indirectos: la baja tasa de lealtad lingüística del hispano promedio fuera de su medio es consecuencia de la explotación a la que es sometido y a la baja estima sobre su lengua y su cultura. Cambiar esta situación, implicaría un cambio global en nuestras políticas y en nuestra autopercepción continental, es decir, no en la individual de cada país o comunidad, sino en nuestra identidad como nación hispanoamericana.
Desde nuestro punto de vista, en resumen, el tema de la unidad lingüística hispanoamericana debe centrarse en esas dos perspectivas: una, la de la lingüística aplicada a la enseñanza de la lengua materna, con una visión dinámica, moderna, comunicativa que realce las variedades formales locales como una forma de reforzar la identidad nacional y en ese marco de unidad pero no uniformidad, subraye la comunidad lingüística y cultural hispanoamericana en aquellos términos polémicos propuestos originalmente por Rona y apoyados o discutidos por diversos autores de “español de América”, para destacar su diversidad o “español en América” para, como señala Montes (1995: 144) “relievar su definitiva originalidad americana”.
La otra, vinculada con la planificación lingüística que atienda, en el mismo marco respetuoso de la diversidad cultural y lingüística, a los diferentes procesos integrativos, no sólo los hablantes de otras lenguas en el contexto hispanoamericano, sino de los hispanoamericanos en otros contextos lingüísticos.

CULTURA DE VENEZUELA

Cultura de Venezuela es una mezcla de tres culturas distintas: la europea - en particular española-, la indígena y la africana. La transculturación y asimilación condicionó para llegar a la cultura venezolana actual, similar en muchos aspectos al resto de América Latina, pero el medio natural hace que haya diferencias importantes. La influencia indígena se limita al vocabulario y la gastronomía. La influencia africana del mismo modo, además de la música como el tambor y hábitos culinarios, así como algunas palabras. La influencia española fue más importante y en particular de las regiones de Andalucía y Extremadura, de donde procedían la mayor parte de los colonos en la zona del Caribe de la época colonial. Ejemplos culturales de ellos, se pueden mencionar las edificaciones, parte de la música, la religión católica y el idioma. Una influencia evidente española son las corridas de toros y parte de la gastronomía.
Venezuela también se enriqueció por otras corrientes culturales de origen antillano y europeo en el siglo XIX, en especial de procedencia francesa.
En etapa más reciente en las grandes ciudades y las regiones petrolíferas irrumpieron manifestaciones culturales de origen estadounidense y de la nueva inmigración de origen español, italiano y portugués. Aumentando el ya complejo mosaico cultural. Así por ejemplo de Estados Unidos llega la influencia del gusto del deporte de béisbol, del cine, el arte y las construcciones arquitectónicas actuales.

LITERATURA EN VENEZUELA

La literatura en Venezuela se remonta a la literatura oral de los indígenas algunos de las cuales han sido registrados hoy en día. La literatura escrita comenzó a desarrollarse durante la época de la colonia, y los escritos de la época fueron dominados por la cultura y pensamiento de España. Las crónicas y varios estilos de poesía fueron las principales manifestaciones literarias de los años 1700. Los años 1800 y la independencia vieron el nacimiento de la literatura política, incluyendo la autobiografía de Francisco de Miranda. El romanticismo, primer género literario de importancia en Venezuela, se desarrolló a mediados de los años 1800, siendo Peonia, de Manuel
Romero García el mejor ejemplo. Luego de la independencia, la literatura venezolana comenzó a diversificarse, pero apenas comenzó a evolucionar rápidamente en la época de Guzmán Blanco, entre 1870 y 1888. El comienzo del Siglo XX vio el desarrollo de varios escritores, novelistas, ensayistas y poetas de importancia, como lo fueron Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Luis Beltrán Prieto Figueroa Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Mariano Picón Salas, José Rafael Pocaterra, entre otros. La tradición literaria se estableció realmente en Venezuela a mediados del siglo XX.

Literatura indígena y colonial

La primera manifestación literaria de la que se tiene conocimiento en nuestro país es la llamada literatura indígena, la cual ha sido conservada por la tradición. Esta manifestación aunada a la literatura colonial, particularmente las reseñas pormenorizadas sobre las peculiares características del nuevo mundo escritas por los colonizadores españoles o crónica de indias, constituyen el punto de partida de la literatura en el país. La literatura indígena, propia de las culturas desarrolladas antes de la llegada de los conquistadores españoles, fue conservada por la tradición oral. Tras una ardua labor de investigación posterior se han logrado publicar interesantes colecciones de cuentos y tradiciones, como las recopiladas por Fray Cesáreo de Armellada en su libro Taurón Pantón, ilustrativo grupo de relatos de los indios pemones del sur de Venezuela. Las crónicas de indias hechas por los conquistadores son otro precedente de la literatura nacional. La primera crónica que inaugura este género dentro de nuestro continente es la Tercera carta de relación a los Reyes Católicos, escrita por Cristóbal Colón, tras su tercer viaje, al tocar tierra firme en territorio venezolano. En este texto, Colón hace referencia a la extraordinaria belleza natural de la región, así como también a las costumbres de sus habitantes. La descripción de una realidad que les era ajena marcada por la visión medieval del mundo que tenían los cronistas, derivó en textos con marcada propensión a la fantasía. En el siglo XVII, aparecen publicadas las crónicas de José Oviedo y Baños (1671 – 1738), su obra posee una gran madurez desde el punto de vista historiográfico y literario. En 1723 publicó Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, obra que a partir de entonces se ha tenido como fuente fundamental de la historia del país.

Literatura republicana

La literatura de inicios del siglo XIX no es muy abundante, pues los intelectuales y políticos estaban ocupados en las guerras libertarias. Sin embargo, surge la oratoria como forma alternativa para propagar las ideas independentistas y cuya belleza retórica y estilística hace que se le ubique dentro del espectro literario. En este período sobresale también la producción poética de Andrés Bello, primer poeta en proponer la creación de una expresión lírica americana. Su poesía es considerada como precursora de la temática latinoamericana en la lírica continental, tal como se puede observar en Alocución a la poesía (1823) y en Silva a la agricultura de la Zona Tórrida (1826). En vísperas de la independencia, llega la primera imprenta a Caracas y con ella surgen importantes periódicos, entre los que destaca El correo del Orinoco, a través de los cuales se difunden las ideas libertarias. Sin embargo, antes de la aparición de los primeros periódicos, estas ideas eran principalmente difundidas a través de la oratoria, pues las imprentas españolas difícilmente accederían a la publicación de ideas que atentaran en contra de su hegemonía.
Sin embargo, entre los avatares de la revolución fue que el germen de una identidad propia ensayó sus fueros humanísticos. La copiosa correspondencia del Libertador, así como los documentos oficiales de sus atribuciones republicanas, dilucidan no sólo el mosaico colosal de su genio político, sino también la prolijidad de una pluma tan exquisita como intensa. De gran belleza estética y profunda preocupación filosófica es Mi delirio sobre el Chimborazo; una especie singular que Simón Bolívar le distingue de las contradicciones de su tiempo, y en la que por etérea proporción discurre desde la clarividencia de un tribuno hasta la humildad de un profeta señalado para un mundo naciente y por lo mismo promisorio. Es también en Simón Rodríguez, filósofo y pedagogo caraqueño, cuando genuinamente se ensayan formulas americanas muy bien meditadas para las insipientes repúblicas; su obra, aunque dispersa en los avatares de su singular vida, compila no sólo su preocupación sociológica, sino también la urgencia de un código intelectual. Primero por auspicio de su célebre pupilo (Simón Bolívar) alcanza parcialmente a aplicar algunas de sus ideas, muchas de las cuales fueron difundidas después y ampliadas en un castellano auténtico y a veces irónico como Voltaire. Además de sus peculiares publicaciones y de su correspondencia, es célebre su defensa que hace de la gesta bolivariana, construida con un rigor lógico.

LA NARRATIVA VENEZOLANA - O LA CRÓNICA INVISIBLE DE UN PAÍS

La literatura venezolana nace con la República, y su padre fundador es don Andrés Bello. El maestro de Bolívar, radicado en Londres, escribe con fervor americano y señala el rumbo de lo que un siglo después podríamos llamar literatura nacional.
El sino y el signo de la historia y la política predominan en nuestra literatura – como un karma o una culpa por redimir.
La narrativa tiene su primera eclosión en la tercera década del siglo XX, con autores de primera línea: Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra, José Antonio Ramos Sucre, Enrique Bernardo Núñez, Julio Garmendia, Arturo Uslar Pietri. Narradores que se ocupan de los avatares de un país en formación, poniendo un acento especial en la problemática social.
Sin duda fue Gallegos quien mejor supo expresar la esencia de lo nacional. Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935) forman un fresco vigoroso que dibuja no sólo el exótico paisaje sino también el alma de un país. La influencia de Gallegos se extenderá por décadas, proyectando una sombra enrarecida sobre una generación.
Guillermo Meneses rompe con la tradición galleguiana. Su novela El Falso Cuaderno de Narciso Espejo (1952) incorpora a nuestra literatura un nuevo arte de narrar. Lo subjetivo, el inconsciente, la fragmentación del yo, la incertidumbre, el erotismo, constituyen valiosos aportes a una literatura que amenazaba estancarse en la repetición.
La segunda eclosión se produce en los años sesenta, en la así llamada “década de la violencia”. El advenimiento de la democracia y la irrupción de la guerrilla ofrecen a los narradores temas novedosos y actuales. Salvador Garmendia, Adriano González León, Oswaldo Trejo, Carlos Noguera, José Balza y Luis Britto García son los “cronistas” más representativos de aquella época turbulenta. País Portátil (1968) de González León es el testimonio más elocuente y eficaz de los tiempos de la guerrilla.
Mucha agua ha pasado bajo los puentes y mucho petróleo por los oleoductos hasta este comienzo de siglo. Y aún aguardamos por la tercera eclosión. Apostamos entonces por la obra de los jóvenes: Antonio López Ortega, Silda Cordoliani, Wilfredo Machado, Ricardo Azuaje, Juan Calzadilla Arreaza, Israel Centeno, Juan Carlos Méndez Guédez. Juana la Roja (1991), la nouvelle de Azuaje, tal vez sea la primera muestra de una literatura que sin renunciar a la tradición aspira a la frescura y la visibilidad.

REGIONALISMO

En la primera década del presente siglo, mientras en Europa imperaban las corrientes de la literatura vanguardista, en Hispanoamérica, siguiendo la tendencia del realismo, surge un tipo de novela que se va a denominar regionalista. La novela regional nace con un propósito de situar de relieve los problemas que aquejan a cada nación latinoamericana en particular, dando así origen a diferentes obras narrativas entre las que figura “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos. Doña Bárbara, su primera obra de éxito y considerada en su momento como la mejor novela sudamericana cuenta el conflicto entre Doña Bárbara, que significa el aspecto salvaje de la naturaleza, y Santos Luzardo, que es la ley, el orden, el futuro, la modernidad.
En su diversidad estructural, América Latina busca la identidad cultural. La literatura muestra esa búsqueda, que intenta encontrar en la misma tierra, escenario de la tensión entre la influencia europea y las culturas locales, las raíces primordiales. Según Octavio Paz, estamos condenados a la busca del origen, o lo que es también igual, a imaginarla. La soberanía de la naturaleza, el mestizaje, resultante de una sociedad híbrida, el primitivismo que se complace en la exaltación de las formas elementales, la interpretación frecuente de la realidad a través de símbolos y mitos son características de la literatura hispanoamericana.
En el Romanticismo, la descripción del paisaje forma parte de un proceso de reconocimiento en que el artista busca volverse consiente de los límites patrios de la naturaleza que lo rodea. Lo que es devaneo para los europeos, es para los hispanoamericanos un acercamiento mayor del suelo patrio, un deseo de ver objetivamente. Buena parte de las obras de ese período enfoca el problema de la naturaleza a través de la lucha entre civilización y barbarie. En el polo de la civilización estaría el orden, el liberalismo (según modelos europeos y norteamericanos); del lado de la barbarie, el caciquismo del señor rural o el estrangulamiento de la libertad.
Desde la literatura del siglo XIX y con la novela de la tierra, el hombre se admira ante la naturaleza bravía y busca introducir la civilización en ese medio físico. La naturaleza y su transformación actúan como medio de identificación latinoamericana, denunciando los males sociales e intentando remediarlos. Generalmente esos autores tienen una visión romántica, aún, del choque entre esos elementos, lo que los lleva a poetizar la realidad y no sólo a reproducirla.
El regionalismo, en los países desarrollados y en vías de desarrollo ha sido y sigue siendo una fuerza literaria estimulante, funcionando como descubrimiento, reconocimiento de la realidad e incorporación a la literatura. Indigenismo, criollismo, regionalismo, naturalismo urbano concurren a una tendencia común, la documental, que trata de ofrecer un inventario de la realidad americana.
El regionalismo acentuó particularidades culturales que se habían forjado en áreas o sociedades internas contribuyendo para definir su perfil diferencial. Mostraba inclinación por la conservación de los elementos del pasado que habían contribuido al proceso de singularización cultural y buscaba transmitirlos al futuro, como una forma de preservar la conformación adquirida. El elemento tradición acaba siendo realzado por el regionalismo (con evidente olvido de las modificaciones que en su época había introducido en la herencia recibida), tanto en el campo de los valores como en el de las expresiones literarias. Buscando resguardar los mismos valores, en verdad los sitúa en otra perspectiva del conocimiento. El regionalismo incorpora nuevas articulaciones literarias que, a veces, va a buscar en el panorama universal, aunque frecuentemente en el urbano latinoamericano más cercano. Posibilitó y condicionó la literatura actual.
La crisis del realismo, a fines del siglo XIX, despierta en los escritores el deseo de superar un regionalismo inmediatista, a través de la organización de sistemas de símbolos sociales de contenido universal. Doña Bárbara añade a la tradición realista una alta tensión política. La realidad tiende a convertirse en símbolo, uniendo el realismo descriptivo al impresionismo artístico. La estructuración de lo telúrico en Doña Bárbara se procesa por la interpenetración de planos impresionistas y expresionistas, a través de lo metafórico y de lo mítico-alegórico. El tiempo mítico y el de la narración se interpenetran y el mensaje crea su propia realidad, transformando los referentes reales al recrearlos en el texto. Los referentes externos a la obra son vaciados de su significado. En este sentido, no denotan lo real sino lo significan. Hay, así, un efecto de real, una ilusión referencial. 

ALEJO CARPENTIER

Novelista, ensayista y musicólogo cubano, que influyó notablemente en el desarrollo de la literatura latinoamericana, en particular a través de su estilo de escritura, que incorpora todas las dimensiones de la imaginación -sueños, mitos, magia y religión- en su idea de la realidad. Nació en La Habana el 26 de diciembre de 1904, hijo de un arquitecto francés y de una cubana de refinada educación. Estudió los primeros años en La Habana y a la edad de doce años, como la familia se trasladó a París durante unos años, asistió al liceo de Jeanson de Sailly, y se inició en los estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa vocación musical. Ya de regreso a Cuba comenzó a estudiar arquitectura, pero no acabó la carrera. Empezó a trabajar como periodista y a participar en movimientos políticos izquierdistas. Fue encarcelado y a su salida se exilió en Francia. Volvió a Cuba donde trabajó en la radio y llevó a cabo importantes investigaciones sobre la música popular cubana. Viajó por México y Haití donde se interesó por las revueltas de los esclavos del siglo XVIII. Marchó a vivir a Caracas en 1945 y no volvió a Cuba hasta 1959, año en el que se produjo el triunfo de la Revolución castrista. Desempeñó diversos cargos diplomáticos para el gobierno revolucionario, murió en 1980 en París, donde era embajador de Cuba.
Carpentier recibió la influencia directa del surrealismo, y escribió para la revista Révolution surréaliste, por encargo expreso del poeta y crítico literario francés André Breton. Sin embargo, mantuvo una posición crítica respecto a la poca reflexiva aplicación de las teorías del surrealismo e intentó incorporar a toda su obra la 'maravilla', una forma de ver la realidad que, mantenía, era propia y exclusiva de América. Entre sus novelas cabe citar El reino de este mundo (1949), escrita tras un viaje a Haití, centrada en la revolución haitiana y el tirano del siglo XIX Henri Christophe, y Los pasos perdidos (1953), el diario ficticio de un músico cubano en el Amazonas, que trata de definir la relación real entre España y América siguiendo la conquista española. Se considera que es su obra maestra, un intento de llevar a cabo su idea de construir una novela que llegue más allá de la narración, que no sólo exprese su época sino que la intérprete. Guerra del tiempo (1958) se centra en la violencia y en la naturaleza represiva del gobierno cubano durante la década de 1950. En 1962 publicó El siglo de las luces, en la que narra la vida de tres personajes arrastrados por el vendaval de la Revolución Francesa. Más que una novela histórica, o una novela de ideas es, en la interpretación de algunos críticos, una cabal novela filosófica. Concierto Barroco (1974) es una novela en la que expone sus visiones acerca de la mezcla de culturas en Hispanoamérica. Finalmente El recurso del método (1974) y La consagración de la primavera (1978), obras complementarias y difíciles; la primera ha solido -considerarse como la historia de la destrucción de un mundo-, la caída del mito del hombre de orden, mientras que la segunda representa la larga crónica del triunfo en Cuba de un nuevo mito, que Carpentier trata de explicar desde su imposible papel de espectador: el autor trata de explicar el inconciliable desajuste entre el tiempo del hombre y el tiempo de la historia.
A pesar de su corta producción narrativa, Carpentier está considerado como uno de los grandes escritores del siglo XX. Él fue el primer escritor latinoamericano que afirmó que Hispanoamérica era el barroco americano abriendo una vía literaria imaginativa y fantástica pero basada en la realidad americana, su historia y mitos. Su lenguaje rico, colorista y majestuoso está influido por los escritores españoles del siglo de Oro y crea unos ambientes universales donde no le interesan los personajes concretos, ni profundizar en la psicología individual de sus personajes, sino que crea arquetipos -el villano, la víctima, el liberador- de una época.

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